noviembre 30, 2007 1 comentaron

espantapájaros

Huir del espantapájaros

abriéndose paso entre las sombras

con los pies desollados.

Escapar siempre hacia el frente

con los ojos, las manos entumecidas.

Aspirando lo negro.


Andar con paso firme y descuidado.

lavarse las manos con

el agua pestilente del ayer.

Mezclarse entre la gente,

esconder las pajas y el sombrero.

Partirse en dos. Huir...

noviembre 20, 2007 0 comentaron

sólo una flor

Durante semanas, después de un encuentro azaroso, estuvieron platicando de cosas sin sentido; sus ideas, sus sueños de cambiar el mundo con tan sólo mover los cinco dedos de la mano. La discreción fue siempre su mejor amiga, ni uno ni otro dejó nunca escapar una mirada que diera a entender nada más que una simple amistad "nueva". Ninguna palabra de más. Todo estaba regulado, medido, aun cuando incontables pensamientos amorosos asaltaban a cada uno en su oficina, en su cama, sus vidas.


Un día decidieron levantar la cortina, romper los sellos y mostrarse tal cual eran para el otro. Él, en sus manos cristalizaba una flor de papel, pero ella, que era viento y agua, la destruyó de un solo golpe mientras por fuera sonaba la alarma de sismo. En un segundo la historia que pretendieron construir durante meses cayó por tierra sin la menor oportunidad de ser sostenida de emergencia, y entre los escombros de aquel sueño sin principio ni fin, quedó empolvada y maltrecha la flor, único símbolo indiscreto del mutuo cariño que jamás se concretó.

noviembre 15, 2007 0 comentaron

artes menores: viajar en camión

Jorge Ibargüengoitia

Se considera que viajar en camión es un placer, una necesidad o una desgracia, según el grado de candidez y de optimismo del observador. Yo lo considero más bien un arte, que hay que aprender y dominar. En mis largos años de usuario de camiones he logrado descubrir y establecer las reglas que voy a expresar a continuación, con el fin de que si a algún lector le puede interesar, se sirva de ellas.

Para esperar un camión: hay que hacerlo rezando el rosario, pidiéndole a Dios que no venga muy lleno y que el conductor quiera pararse; al esperar un camión hay que correr constantemente de un lado a otro de la cuadra, tratando de leer los letreros de una hilera de camiones que están, cada uno, oculto por el de enfrente. Hay que observar también el semáforo que rige la circulación de la cuadra, avanzar hacia el centro cuando está en alto, y retroceder hacia la esquina cuando está en siga.

Para abordar el camión: hay que ser el primero en el abordaje, golpeando, si es necesario, a las mujeres reumáticas y a las madres de familia, con prole, que estorban el paso, sin hacer caso de los gritos de “¡ya no hay caballeros en México!”

A bordo: hay que bloquear la entrada y pagar con un billete de veinte pesos, para obligar al conductor a arrancar antes de que acabe de subir todo el pasaje. Hay que recordar esta máxima: cada pasajero es un enemigo, mientras menos haya, mejor.

Si el camión va repleto, se abre uno paso a codazos, diciendo siempre “con permiso”, hasta llegar a los lugares transversales, en los que no se sabe si caben tres o cuatro. Una vez allí dice uno “hágame un campito”, y sin esperar más, se sienta uno encima de dos pasajeros y se pone a leer el periódico. En la mayoría de los casos alguna de las dos víctimas se levantará furiosa y se irá. Entonces ya puede uno ocupar cómodamente el espacio libre.

En el caso de que se desocupe el ligar de junto, hay que abrirse de piernas y fingirse dormido o babear, con el objeto de evitar que alguien se siente. Mientras más alejado esté uno de los demás pasajeros, mejor.

Comportamiento hacia las mujeres: las mujeres en los camiones no tienen ninguna prioridad, ya bastante hemos hecho permitiéndoles votar y hacer ridiculeces en público. Si se acerca una anciana dando tumbos y le pregunta a uno: “Ay, señor, ¿no se compadece usted de mí?”, hay que contestar: “No”.

Si el camión va vacío y somos jóvenes muy jóvenes, estudiantes de preparatoria, por ejemplo, hay que subirse en bola y echando relajo. El momento de subirse en un camión representa una de las pocas oportunidades que tiene un joven de expresarse en público y dar a conocer su personalidad. Para lograr esto conviene hablar a voz en cuello y decir frases llena de originalidad, como: “el de atrás paga, chofer”, correr hacia el extremo posterior del camión, metiéndoles zancadillas a los compañeros y sentarse en el último asiento, forcejeando.

Una vez sentado, si hay compañeros de uno en la calle, conviene gritarles algo ingenioso, como por ejemplo: “Ese Tiras, ¿dónde dejaste al Cejas?” Si no los hay, conviene quitarle la pluma al más torpe de los compañeros y amenazar con arrojarla por la ventanilla. Esto provoca una gritería y un forcejeo que indefectiblemente producen muy buen efecto en los demás pasajeros. Les levantan el ánimo y les dan ganas de volver a ser jóvenes para echar relajo.

Si somos una joven bella, hay que subirse al camión moviendo la melena poniendo cara de “¡Ay, qué desgracia! ¡Yo aquí! ¡Si yo soy de Mustang!” Luego, hay que sentarse junto a otra dama, por miedo a que nos toquen las piernas.

Si se sube uno con niños, no hay que ser egoísta. Hay que permitirles entrar en contacto con los demás pasajeros, que probablemente han sido privados por la naturaleza de la dicha de ser padres o madres. A los niños hay que permitirles jugar con las solapas del señor de junto, con los pelos de la señora de adelante y lamerle la mano al que va agarrado de la manija de enfrente.

El camión es nuestro hogar, aunque sea por un momento. Mientras viajamos en él hay que actuar con toda naturalidad, como si estuviéramos en nuestra propia casa. Si estamos cansados, echamos un sueño, si tenemos catarro, escupimos en el piso, si tenemos hambre, comemos un mango. Si se sube un cantante o un recitador, hay que ponerle atención, aunque después no le demos ni un quinto.

Si bien hay que conservarlos a distancia, conviene ser amables con nuestros compañeros de viaje. Si uno de ellos ha venido escupiendo, por ejemplo, conviene que al levantarnos para bajar del camión le digamos a guisa de despedida: “Lo felicito. Ha escupido usted catorce veces. Es un récord”. Estas son cosas que levantan el ánimo. Si alguien va viajando en el estribo, en vez de decirle, “quítate estorbo”, conviene decirle: “allí va usted bien, no estorba nada” y darle un pisotón.

Por último, hay que recordar que el conductor de un camión es como el capitán de un barco. Él sabe dónde para y hay que aceptar sus determinaciones, aunque nos lleve tres cuadras más lejos, nos deje a media calle, entre coches desaforados, o nos obligue a bajarnos en un charco.

noviembre 12, 2007 0 comentaron

a medias

Soy sólo la mitad de un medio encuentro,

jamás seré un entero.


Va el brazo extendido de uno a otro lado

buscando algún otro olvidado

y el pie derecho se mueve sin el izquierdo;

aunque escoja el que sea, siempre pierdo.


Con el viento cortándome y los pies en el lodo

me doy cuenta que un medio nunca es todo.

noviembre 11, 2007 0 comentaron

espantapájaros / bipolaridad

Huir ya del espantapájaros.

Correr con los pies desollados,

abriéndose paso entre las sombras

con los ojos; las manos entumecidas.

Escapar siempre hacia el frente,

aspirando lo negro.


Andar con paso firme y descuidado.

Lavarse las manos con

el agua pestilente del ayer.

Mezclarse entre la gente,

esconder las pajas y el sombrero.

Partirse en dos

… y volver a huir.

noviembre 10, 2007 1 comentaron

haiga

¿Se ha equivocado usted alguna vez?, ¿se le ha escapado un desdichado haiga, en lugar del correcto haya? ¿Quién no se ha visto en aprietos las ocasiones en que el amigo que estudió en París saca a flote churriguerescas palabras cuyo significado desconocemos? Creo que miente quien sostenga que nunca ha tenido afectaciones nerviosas en público cuando de hablar con toda corrección se trata.
[...]
Cuando se encuentre en una complicada situación donde no entienda algún término complicado, consuélese pensando en que tal vez la Real Academia apruebe en algún futuro no muy lejano el uso del desafortunado haiga, en desmedro del correcto haya.

Texto completo, échenle un vistazo (¡saludos paisano!): Tiradero de derrotas: haiga
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de la brevedad engañosa de la vida

Luis de Góngora

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

noviembre 05, 2007 1 comentaron

contrapunto

Alguna vez quise ser periodista, mirarme en el noticiero de la noche o leerme en el diario arrumbado de todas las mañanas. Durante años intenté sin resultados aumentar mis casi nulas habilidades retóricas, peleé hasta el cansancio por ser enviada a los más deseados concursos de exposición. Siempre quedé en nada; lo más que logré fue eliminar mi primitivo pánico escénico y cambiarlo por la humilde dominación del habla hacia las masas. Conozco a alguien que cada vez que se para frente a un auditorio de más de diez tartamudea sin parar y su corazón late tan fuerte que se siente morir. Eso no me sucede a mí, puedo perfectamente hablar durante cinco minutos o largas horas ante tres, siete o decenas de sujetos sin que los nervios se me quemen. Dicen que esa es la base de la retórica. Domino los recursos de mi habla como pocos, casi sin pensarlo expulso las palabras que me place, la mayor parte de las veces atino donde quiero, algunas no, pero resulta siempre satisfactorio para mí vencer uno de los más grandes miedos.


La situación cambia si mi audiencia es tan pobre como un solo ser y tan rica como el hombre que yo amo. Es imposible para mí mirarle a los ojos y al mismo tiempo abrir los labios para hacerle saber cuánto lamento no poder gritarle a la cara lo que siento cada vez que me mira, me habla o me toca. Soy perfectamente incapaz de sobrevivir a sus miradas sin diluirme por dentro para querer que me absorba en sí. Es insufrible sentir el esófago cerrándose con cada palpitar y pretender sacar la voz cuando lo único que aparece es agua que me llena los ojos, agua que me trago por no dar un mensaje equivocado. Quizá nunca pueda decirle de frente cuánto lo quiero en verdad, pero puedo mirarlo como no he mirado a nadie y amarlo en contra de la distancia sin que nadie se entere si él siente lo mismo, aun cuando voy gritando por el mundo que soy feliz, que no he sentido nunca lo que ahora, que no quiero cambiarle nada sino que, por el contrario, quiero hacerlo muy, muy feliz y vaciarme completa en su vida para llenarme de la suya.

noviembre 04, 2007 0 comentaron

recolector de notas

Para ti, que andas descalzo

y escribes en mí.



Desde hacía algún tiempo pasaba días y noches haciendo nada, su vida había quedado reducida a la observación del plafón rugoso y las paredes añejas de lo que él llamaría su habitación. Vivía en la caja de cartón corrugado que los demás habían despreciado por sus reducidas dimensiones y color tan irremediablemente neutro. Era cierto que ésta era pequeña pero no tenía opciones cuando el mundo de fuera le parecía lejano, incomprensible y complicado. De vez en cuando se asomaba por la rendija que había labrado en sus ratos de ocio entre un canal y otro de las arrugas de los muros pero casi nunca veía nada interesante, el planeta seguía su curso mientras él vivía encerrado ahí, en su propio mundo. En algunos momentos llegaba a sentirse solo y casi vacío, sin embargo, nunca prestaba atención a las cosas que requerían más de dos minutos de su tiempo. Vegetar no era divertido pero al menos no corría el riesgo de perder un brazo, como el oso de la repisa, o los botones de su carita, como la muñeca de debajo de la cama. A veces envidiaba a los demás por sentirse tan felices a pesar de sus propias miserias y lleno de curiosidad por conocer otros planetas, salió de viaje. No llevaba consigo más que una bolsita de fe, un costal de dudas y un sombrero decorado con listones de soledad. No sabía bien a dónde ir, únicamente sentía la necesidad de oler el viento como alguna vez hacía mucho tiempo, así que no se preocupó por tener un itinerario o una ruta fija, sólo caminó por donde sus zapatitos azules lo llevaban, como si estuvieran llenos de voluntad propia.


El tiempo nunca le había preocupado demasiado y en una travesía como ésta, pensó que podría dormir donde lo agarrara la noche. Fue así que algunas veces durmió en mitad de la alfombra o debajo del librero cuando no entre otros juguetes, que también buscaban alguna razón para dejar de sentirse tan de plástico, queriendo camuflarse con ellos sólo por intentar encontrar dentro de sí, alguna parte que no conociera.


Una noche, cuando se sintió por completo fatigado de tanto andar, cuando las suelas blancas habían bajado su grosor recostó la espalda en un rayito de luna que se colaba por la ventana grande que alimentaba la vida de todos esos pobres que vivían contentos mientras alguien más los movía y hablaba por ellos. Sería la última noche de viaje. Nunca había sido bueno para los cálculos matemáticos pero según sus cuentas, llevaba mucho tiempo fuera de casa y sin poder encontrarse aún. De su bolsita sacó un cobertor, la noche era fría y estando solo, era la única manera de no sentirse tan infeliz. Se quitó el sombrero y lo colocó a su lado para descansar mejor. Con sus manitas de trapo apretó los bordes de la manta hasta quedar por completo perdido, como siempre, en otro mundo. Solía soñar que tenía alas con que volaba muy, muy alto pero al final, casi al despertar, se sentía caer sin saber por qué. Esa noche no era distinta, sus alas se movían al compás; una y otra, juntas, formaban una v y luego se extendían, una v y luego, extendidas, una v y luego… nada, ya no podía moverlas, caería sin remedio en quién sabe dónde. Sentía desesperación de saberse perdido, agitaba sus manos y pies pero… nada, no podía evitar el duro golpe que seguramente lo esperaba. Con terror miraba allá abajo montones de tierra que se agrandaban con el pasar del tiempo; intentaba cerrar los ojos pero era imposible, todo lo era en aquél sueño, cualquier intento por sobrevivir era en vano. El frío comenzó a recorrer sus manos, su cuerpo. De repente sintió tirones en los pies, como si alguna fuerza de ninguna parte lo jalara hacia arriba. Sorprendido abrió los ojos y encontró que unos guantes, que alguna vez habían sido blancos, sujetaban un extremo de su cobertor. Enojado del abuso de que era objeto a esas horas intentó despojar aquéllas manos de su ropa pero al mirar los botoncitos rotos del rostro de aquel ser que dormía, al parecer tranquilamente, apretando fuerte la tela, decidió sólo tocar ligeramente su hombro. Al instante se abrieron los pedazos de circunferencia llenos de miedo y se incorporó un cuerpecito frágil y maltrecho de muñeca. Con lo que le quedaba de vista se miró en los botones negros de él y pidió disculpas por el atrevimiento de robarle un trozo de rayo lunar y apropiarse de un retazo de cobija. Él, que a estas alturas ya amaba la soledad, se compadeció de la tristeza de aquélla y en vez de reclamar, conversaron durante horas; así les llegó el amanecer.


Después de un tiempo, él regresó cansado pero satisfecho del viaje que esa vez decidió emprender. Abrió la puerta de su caja y encontró todo cubierto con una sábana de polvo. Dejó en el piso la bolsita que durante el trayecto hubo de cambiar por una mochila, la maleta que, inexplicablemente y casi sin notarlo, había reducido un poco su tamaño y el sombrero que había perdido sus listones. Desempolvó con cuidado la cama que ya extrañaba, se acostó boca arriba y miró de nuevo las sombras que se dibujaban entre el techo granuloso. Desde ahí echó un vistazo rápido por todo su espacio, miró las paredes carcomidas por la humedad, más envejecidas que nunca y tomó entonces la decisión de cambiar su habitación. No tiraría la caja. Nunca había sido envidiable pero ésta aún servía y dentro de ella guardaba toda su vida hasta ahora; sólo recubriría los muros. No quería ver más esas arrugas que lo hacían sentirse apesadumbrado y triste, que le recordaban soledad. Contra la voluntad de sus manos y pies se levantó, abrió la mochila nueva y vació su contenido de un solo golpe sobre el polvo. Regó por el suelo los trocitos de vida que había recolectado desde que encontró a la muñeca de los ojos rotos. Con sus manos pequeñas, maltratadas por la supervivencia, distribuía por el espacio aquel collage. Separaba cuidadosamente unas formas de otras, las agrupaba por colores y texturas. Colocó cinta adhesiva al reverso de cada imagen y pegaba una a una donde le parecía que quedaban mejor. Pasó en su labor más de una semana. Al final, cuando había logrado tapizar por completo las paredes, se alejó para mirarlas en perspectiva. Con la vista escudriñó su obra, todos y cada uno de los recortes encerraba una sensación, un recuerdo. Sonreía al mirarse ahí, y mirarla a ella decorando su propio mundo. Cada vez que observaba algún punto del muro se perdía en la memoria y volvía a sentir lo que aquellos días.


Estaba ensimismado en su fascinación cuando la vista comenzó a descubrirle patrones, letras que se formaban con la conjunción de colores. Con las figuras amarillas se componían consonantes, con las rojas, vocales y las azules, daban signos de puntuación. Se emocionó tanto de su descubrimiento que comenzó a juntar las figuras que encontraba y formaba palabras con ellas. Sorprendido de las notas que se creaban, desde entonces, cada noche antes de dormir, mira su muro y recolecta notas, mientras la muñeca de botones rotos las escribe a la distancia, entre sueños.

noviembre 02, 2007 0 comentaron

la novia

Estando ya dentro del vestido blanco que años atrás le había comprado Jojo "para esa fecha especial", notó que había escogido entonces una talla equivocada, que la tela irritaba la piel y que en realidad, tal como había supuesto durante tantos años, la noche no era tan temible una vez que uno se acostumbra a la oscuridad, sobre todo cuando se tiene plena certeza de que se estará en ella bajo el huerto de naranjos durante mucho tiempo.

 
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