noviembre 25, 2009 1 comentaron

paseo nocturno

Rubem Fonseca


Llegué a la casa cargando la carpeta llena de papeles, relatorios, estudios, investigaciones, propuestas, contratos. Mi mujer, jugando solitario en la cama, un vaso de whisky en el velador, dijo, sin sacar lo ojos de las cartas, estás con un aire de cansado. Los sonidos de la casa: mi hija en el dormitorio de ella practicando impostación de la voz, la música cuadrafónica del dormitorio de mi hijo. ¿No vas a soltar ese maletín? Preguntó mi mujer, sácate esa ropa, bebe un whisky, necesitas relajarte.

Fui a la biblioteca, el lugar de la casa donde me gustaba estar aislado y como siempre no hice nada. Abrí el volumen de pesquisas sobre la mesa, no veía las letras ni los números, yo apenas esperaba. Tú no paras de trabajar, apuesto que tus socios no trabajan ni la mitad y ganan la misma cosa, entró mi mujer en la sala con un vaso en la mano, ¿ya puedo mandar a servir la comida?

La empleada servía a la francesa, mis hijos habían crecido, mi mujer y yo estábamos gordos. Es aquel vino que te gusta, ella hace un chasquido con placer. Mi hijo me pidió dinero cuando estábamos en el cafecito, mi hija me pidió dinero en la hora del licor. Mi mujer no pidió nada, nosotros teníamos una cuenta bancaria conjunta.
¿Vamos a dar una vuelta en el auto? Invité. Yo sabía que ella no iba, era la hora de la teleserie. No sé qué gracia tiene pasear de auto todas las noches, también ese auto costó una fortuna, tiene que ser usado, yo soy la que se apega menos a los bienes materiales, respondió mi mujer.

Los autos de los niños bloqueaban la puerta del garaje, impidiendo que yo sacase mi auto. Saqué el auto de los dos, los dejé en la calle, saqué el mío y lo dejé en la calle, puse los dos carros nuevamente en el garaje, cerré la puerta, todas esas maniobras me dejaron levemente irritado, pero al ver los parachoques salientes de mi auto, el refuerzo especial doble de acero cromado, sentí que el corazón batía rápido de euforia. Metí la llave en la ignición, era un motor poderoso que generaba su fuerza en silencio, escondido en el capó aerodinámico. Salí, como siempre sin saber para dónde ir, tenía que ser una calle desierta, en esta ciudad que tiene más gente que moscas. En la Avenida Brasil, allí no podía ser, mucho movimiento. Llegué a una calle mal iluminada, llena de árboles oscuros, el lugar ideal. ¿Hombre o mujer?, realmente no había gran diferencia, pero no aparecía nadie en condiciones, comencé a quedar un poco tenso, eso siempre sucedía, hasta me gustaba, el alivio era mayor. Entonces vi a la mujer, podía ser ella, aunque una mujer fuese menos emocionante, por ser más fácil. Ella caminaba apresuradamente, llevando un bulto de papel ordinario, cosas de la panadería o de la verdulería, estaba de falda y blusa, andaba rápido, había árboles en la acera, de veinte en veinte metros, un interesante problema que exigía una dosis de pericia. Apagué las luces del auto y aceleré. Ella sólo se dio cuenta que yo iba encima de ella cuando escuchó el sonido del caucho de los neumáticos pegando en la cuneta. Di en la mujer arriba de las rodillas, bien al medio de las dos piernas, un poco más sobre la izquierda, un golpe perfecto, escuché el ruido del impacto partiendo los dos huesazos, desvié rápido a la izquierda, un golpe perfecto, pasé como un cohete cerca de un árbol y me deslicé con los neumáticos cantando, de vuelta al asfalto. Motor bueno, el mío, iba de cero a cien kilómetros en once segundos. Incluso pude ver el cuerpo todo descoyuntado de la mujer que había ido a parar, rojizo, encima de un muro, de esos bajitos de casa de suburbio.

Examiné el auto en el garaje. Pasé orgullosamente la mano suavemente por el guardabarros, los parachoques sin marca. Pocas personas, en el mundo entero, igualaban mi habilidad en el uso de esas máquinas.
La familia estaba viendo la televisión. ¿Ya dio su paseíto, ahora estás más tranquilo?, preguntó mi mujer, acostada en el sofá, mirando fijamente el video. Voy a dormir, buenos noches para todos, respondí, mañana voy a tener un día horrible en la compañía.

noviembre 24, 2009 2 comentaron

winds of change

Antes me la pasaba pensando en lo que hubiera sido de mí, de ti, si hubiera huido ese día, o más bien esa noche en que todo estaba a pedir de boca para correr de la ciudad y tomar un rumbo distinto que me llevaría tal vez a este mismo status pero con alguien más. Hace pocos meses aún me autoflagelaba la tranquilidad pensando en lo que pensabas, en las cosas que guardabas, lo que añorabas, deseabas y se me deshacían los nervios de imaginar cosas, factibles o no.

Hoy he notado que al parecer he dejado toda esa necedad al comprender que con estos meses a tu lado nadie te conoce más que yo, nadie te quiere como yo y a nadie amas como a mí, porque ni todas las historias anteriores y las posibles futuras se igualarán a esta, porque juntos tenemos tanto qué contar que a veces entre nosotros las palabras sobran; son tantos los juegos que inventamos, las risas que tenemos a diario, las palabras que decimos y las que no hace falta ni pensar que comenzamos a transgredir la barrera del tiempo al pasar por un punto sin retorno, sin retorno a las añoranzas gastadas, a los rencores viejos. Mi mente ya no se detiene a pensar en tu pasado o en mi posible futuro, ahora camina en un solo sentido (que espero sea el mismo en que andas tú), ese en que miro una nena que nos llena de alegría y aprendizaje mutuo cada hora.

Cómo pueden cambiar las cosas con mover un sólo elemento de la fórmula; era teoría en la escuela, y lo entendía, pero ahora que lo vivo, es aún mejor. Nadie te ha visto de la manera en que te he mirado yo, nadie te acompaña en tus locuras y desvelos como lo hago yo desde hace más de dos años cuando te conocí y hablábamos de noche porque de día era todo trabajo y escuela.

Tal vez esto no sea precisamente un homenaje al camino que vamos recorriendo pero es una pequeña confesión que sirve como muestra de lo que los vientos helados han traído a estas tierras tropicales y lejanas.

A casi un año de distancia y con muchos anhelos todavía, comienzan a soplar los vientos de cambio que nos unen cada vez más.
noviembre 22, 2009 1 comentaron

recuerdo de mi visita a...

Debo admitir que "mi ciudad" (que aunque no nací ahí considero como mía por los muchos años que viví ahí) no es una graaan ciudad, ni la más comercial, turística o cuutural sin embargo, al compararla con esta en que vivo ahora me llena de nostalgia el sinnúmero de cafeterías que aquí se convierten en antros, los vientos helados que aquí son húmedos y las nubosidades infranqueables que aquí se vuelven quemantes hilos de sol.

Justo ayer pasé por la famosa "Feria Nacional del Libro de Tampico" que tan desapercibida pasa a todo el que no transita por el centro de este puerto y que engalana bellamente la cartelera cultural de la ciudad. Planeé la visita un día antes con mi compañero de cuarto, vida y familia y tal como acordamos, realizamos los deberes necesarios para salir de casa a eso del mediodía y trasladarnos a la Plaza de Armas. Mucho hay que decir acerca de la arquietctura de ese lugar en que las familias se congregan a todas horas del día todos los días, incluso los domingos, día en que en Pachuca, las madres abnegadas ya preparan todo para el siguiente día de escuela de sus amados retoños y que aquí, comparten paletas y pláticas hasta eso de las diez u once de la noche; pero voy desviándome de la idea, regreso al punto. Llegamos animosos a descubrir la Feria Nacional del Libro que, como es de esperarse, estaba ya siendo comparada en mis pensamientos con aquélla otra que los universitarios han hecho suya al grado de ser pretexto para mostrar la trova y canto nuevo mexicanos a la menor provocación y que, aunque no es tampoco la graaaan Feria del Libro me perimití esta vez, un trozo de nostalgia en su memoria.

Mi sorpresa (sólo por llamarle de alguna manera porque en realidad, ya esperaba algo así) fue que al llegar a la Plaza, las carpas de exposición no abarcaban más de cien metros lineales, y la cantidad de asistentes, bueno, he visto más en las misas de gallo de un pueblito hidalguense cercano. Aun así, y con todo el optimismo, decidimos inspeccionar "para ver qué hay" y bueno, después de una afanosa búsqueda lo destacable es: la editorial más prestigiada de todas las asistentes (que en total debieron ser como veinte) fue el Fondo de Cultura Económica (además de Anagrama, que se dedica a la publicación de material técnico), en la que los ejemplares más valiosos fueron: una colección de cuentos "inclasificables", un glosario de mexicanismos, un ensayo de José Saramago y otro más de León Portilla. Por supuesto que mi decepción fue grande y mi tristeza más, tanto que si no fuera por la compañía y el recorrido desordenado que hicimos del centro, habría considerado un verdadero desperdicio el salir de casa; y es que, hoy es el último día de la feria del libro que dicho sea, tuvo poco de feria y mucho menos de libros; vamos, que ni los clásicos de García Márquez o aquélla saga de Quién se ha robado mi queso, aparecieron por ninguna parte.

No me quejo de mi "nueva vida" ni de la ciudad en general pero recuerdo muy bien las palabras de un buen amigo que decía que no le gustaba vivir en el Distrito pero se aguantaba porque en el resto del país no había cultura (no son las palabras exactas pero es la idea) y la verdad es que tiene razón, esto de la cultura es como los rayos del sol, cuanto más lejos se está del centro, más difícil es acceder a ellos, sobretodo en lugares como éste en que las culturas indígenas están extintas, que se encuentran en el límite entre un estado y otro y por ende son un híbrido extraño entre una comunidad veracruzana y una ciudad norteña. Es cierto que su despreocupada y amigable manera de ser me cautivó en un santiamén pero también es cierto que se me está pasando el enamoramiento y ahora que comienzo a ver sus defectos, el peor de ellos es la dificultad para acceder a esos libros que en el centro del país ya no se halla ni dónde aventar, y a todos esos recitales, exposiciones, conciertos, obras de teatro, ciclos de cine entre otros, que uno se da el lujo de visitar simplemente para nutrirse el alma o saber qué hay de nuevo en la ciudad. Es una pena toda esta desigualdad de oportunidades económicas, sí, pero igualmente educativas, como ya todos sabemos, y culturales que nos orillan a pensar en un solo sentido, el que se deja venir desde arriba.

noviembre 10, 2009 0 comentaron

yo no lo sé de cierto

Jaime Sabines


Yo no lo sé de cierto, pero supongo
que una mujer y un hombre
un día se quieren,
se van quedando solos poco a poco,
algo en su corazón les dice que están solos,
solos sobre la tierra se penetran,
se van matando el uno al otro.

Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.
El amor une cuerpos.
En silencio se van llenando el uno al otro.
Cualquier día despiertan, sobre brazos;
piensan entonces que lo saben todo.
Se ven desnudos y lo saben todo.
(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)
noviembre 09, 2009 0 comentaron

rencores añejos

No sé por qué algunas personas pasamos la vida cargando basura durante años. Aterrizando: ¿por qué rayos me da por hacerme añicos el cerebro pensando estupidez y media cuando a estas alturas, ni el acto ni los actores merecen mayor atención que la del reojo? Es la necedad la que me permite siempre quedar amarrada al pasado lejano. Cuanto más lejano, mejor. Así, sigo esperando que aparezca ese remedo masculino de la muñeca reina en alguna calle de cualquier ciudad que piso; o que se muera ese ser indeseable que he hecho sentir basura, como decía un hombre adorable, mentándosela con una sonrisa (porque sabe lo que significa, o al menos lo tiene como una sugerencia); o espero, ya en el peor de los casos, que aquéllos recuerdos imborrables pero un poco borrosos me perdonen el intento de guardarlos en el bolsillo de los pantalones que algún día volveré a teñir.


Si los días de libertad son tan sublimes, si las cosas más hermosas de la vida se dan sin pedir, si siempre tengo un amigo esperando darme un abrazo, ¿por qué diantres sigo cargando rencores añejos?

 
;