junio 20, 2011 1 comentaron

una confesión callada

Era una confesión callada lo que guardaba el corazón de la luna. Las noches y los días pasaban sin que sus nervios se alteraran, era vivir en un eterno mediodía en calma en una plaza sin árboles donde la gente ya ni caminaba buscando un refugio inexistente.


Hacía varias estaciones que su corazón no se alteraba, aun cuando la vieja Venus acechaba al que antaño fue su amante más querido; ya no sentía el palpitar de los celos cuando se encontraban el sol y la estrella de la tarde en el instante previo a su aparición indiscreta. Ya no le importaba el desdén con que aquélla pudiera tratarla, no le importaba si en un descuido el sol escapaba por el monte con la estrella decadente y manoseada del oeste. Ya no era motivo de tristeza aparecer en una tarde lluviosa y que su compañero no estuviera, no empapaba su brillante faz el hecho de recordar los tiempos en que los tres, a la mesa, fingían ignorar lo que perfectamente sabían: uno ahí, sobraba; o más bien, una.

Pero hace algunos meses, aún ensimismada en su danza cadenciosa plagada de cúmulos celestiales, al escuchar el murmullo de la estrella lejana, no se movió su corazón, no se llenaron de lágrimas los ojos ni remojaron al conejo para que se ablandara su carne. Fue, como una vieja película, como uno de esos momentos hartamente repetidos en las historias, esos, en que la luna moría por celos, ingenuidad o sabrá el cielo por qué otro sentimiento fugaz y sin sentido. Un momento en que presentía, más cerca que lejos, un final inevitable.


Ya no era la misma luna del siglo pasado, ni del año pasado pues, era otra. Una a la que no le importaría que ellos se hablaran a todo pulmón sobre sus encuentros furtivos. Entonces descubrió, que quizá no amaba ya a su amante, o que quizá, había llegado al final de su vida, el final ese al que siempre llegaba cuando se mezclaba con algún planeta errante, y que después de un tiempo, cuando miraba en introspectiva, se daba cuenta que había elegido al compañero equivocado. Y emprendía la huida hacia otro punto en la galaxia donde no pudiera nunca más encontrarle. De modo que titán y otras lunas largamente admiradas no eran otras, sino ella, que dejaba a su paso sólo la soledad de los demás, porque ella era demasiado precavida para quedar colgada de un rayo, literalmente.


Pero cómo podría ella, eterna enamorada, después de jurar amor ante el universo entero, olvidar todo aquello para dejarse envolver en la perfecta neblina del paciente sol, del inacabable, imperturbable y siempre lejano sol. ¿Cómo podía rendirse sin chistar al recorrer de los tiempos, a las arenas abrasivas que consumen todo cuanto se ha supuesto permanente? ¿En qué momento había permitido que el aparente fracaso del amor entrara por la luz de las estrellas para acurrucarse en su regazo? No lo sabía. Tarareaba su canción de cuna, nada más.


Quizá la luz apática del sol había terminado por quemarle o quizá su corazón había cerrado los ojos para no verle jamás de la misma manera, para comenzar a olvidarlo aún en medio de la convivencia de la tarde. Tal vez cumplió su amenaza: un día no me importará, y dejaré de reclamarte- dijo al sol envuelta en la negrura de los celos. El hecho es que, incierta de todo cuanto pudiera pasar de ahora en adelante, y a riesgo de echar a su marido sin querer, su corazón se preguntaba por qué el eclipse no era ya el apasionado juego que esperaba impaciente, por qué era sencillo imaginar la muerte plácida del sol, por qué sentía un sitio de confort que comenzaba a trazar otra ruta entre la maraña de asteroides y estrellas niñas. Era una confesión callada que no pensaba develar, más bien esperaba que desapareciera y un día, al caer la noche y sorprender las miradas furtivas de Helios y Venus, descubriera que sí, que era sólo un mal momento, que aún lo amaba a pesar de todo.

junio 17, 2011 0 comentaron

horario de verano

Porque en cuanto las cosas cambian,
el reloj se posiciona de nuevo en las 2 a.m.
que ya no son las dos, sino las tres,
puesto que no somos los mismos pero sí,
somos los de ayer reflejados en el hoy
que a se vez se reflejará mañana.

Las tres con uno.
De un brinco la tierra giró
una veinticuatroava parte de su cirunferencia
...sin moverse.
Y miro el reloj mientras en eco
las manecillas danzan su monótona traslación.

Qué cosa más ambigua es el reloj
tan inmóvil, tan inútil,
tan pendiente de mi vida y a su vez,
desentendido de ella
pues su corazón sólo genera un tic-tac mecánico
que poco a poco desaparece
cuando es reemplazado por su hermano de arena.
 
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