Habían sido semanas
muy pesadas, con una torcedura en el tobillo y carpetas llenas de números para
entregar el lunes a las nueve. Hacía meses que la empresa pasaba por una mala
racha y todos estaban cansados ya de la mala situación. Ella misma habría
renunciado si hubiera podido, pero le aterraba más tener que buscar empleo que
quedarse hasta el final en este barco que ni salía a flote ni acababa de
hundirse.
Tan pronto
abrió la puerta de la casa, se sacó los zapatos, el saco y los aretes. No
quiero ni saber cómo estoy. No le gustaban los espejos y era tan insegura
de su cuerpo que evitaba mirarse en ellos o cualquier otro reflejo en la medida
de lo posible. Terminó de cambiarse en la recámara sin siquiera encender la luz,
apenas guiándose por el tacto, el reflejo del único espejo de la casa y la
penumbra arrojada por la casa del vecino al jardín interior del que nunca había
entendido su existencia; este comunicaba con la cocina, a la que, por supuesto,
se podía acceder desde el comedor, y la recámara recibía iluminación de la
ventana principal ¿Como por qué alguien pondría eso ahí? Se desmaquilló
los ojos redondos, se soltó el pelo sin cuidado y acomodó las largas cortinas
que daban al jardín. Descalza, fue a la cocina para encontrar dos pilas de
platos que llevaban ahí al menos un par de semanas, desde el último sábado en
que estuvo haciendo quehaceres y arreglando el jardín que, para ese momento, ya
estaba siendo consumido por una hierba con flores rojas, bastante persistente y
agresiva que impedía ver bugambilias y ericas y les impedía respirar, o eso se
hubiera pensado por las marcas marrones en las hojas. Por supuesto, dos semanas
después, el olor era desagradable. Parece que alguien se murió aquí. El
estrés siempre le provocaba mal humor y supresión de emociones, así que con
tanto desgano como cansancio terminó de lavar, cenó un tazón de cereal con
leche y se fue a acostar. Emprendió el camino a la recámara tocando todos los
apagadores, como en procesión. Al pasar por las cortinas largas del jardín, no
pudo evitar moverlas y por la rendija pensó ver unos ojos; curiosa, se asomó
nuevamente por la rendija, apenas inclinando la cabeza, y sólo encontró su
reflejo. ¡Buenas noches!
Sólo Dios
sabe qué soñaba cuando un resplandor naranja comenzó a colarse entre sus
párpados. Aún adormilada intentó abrir los ojos, pero el cansancio era tanto
que no quiso pelear y se dejó llevar por el sueño. Cinco horas después, ella
seguía en cama, con toda la intención de desperezarse, pero con tan poca
energía que ella misma se extrañaba de su comportamiento. Había sido educada
para ser siempre productiva y autosuficiente; así que quedarse en cama después
de nueve horas era algo de una vez en la vida. Por un día que no me levante
no creo que algo vaya a pasar.
Había pasado
más de un mes desde que alguien la había visto entrar a la casa y ahora su
hermana estaba en camino. El contador le llamó, muchas veces sin respuesta, por
supuesto, perdieron la licitación por ausencia y ahora había trámites por hacer.
Su gemela,
igual a ella pero con ojos moros, abrió la puerta y encontró la casa tal como
había esperado hacerlo: limpia y llena de ausencia. Pasó por la cocina y
encontró los trastes limpios, igual que la estufa, el refrigerador y la
encimera; el sanitario vacío y los azulejos negros, brillantes; en la recámara,
la cama hecha y el closet cerrado no dejaban ver nada anormal. Al pasar por las
cortinas largas, logró moverlas y le pareció ver unos ojos. Curiosa, se asomó
nuevamente por la rendija, apenas inclinando la cabeza, y encontró lo que
parecía su reflejo. Abrió las cortinas y se vio a sí misma con ojos redondos,
abiertos y secos, tirada en el suelo con una expresión de horror, un aroma
pestilente y una soga verde atada al tobillo que al interior del jardín dejaba
ver flores rojas diminutas, llenas de vida.