octubre 30, 2020 0 comentaron

Low-fi

Cuando se está acostumbrado a su propia perspectiva, es difícil entender la de los otros aunque sea válida. 

Es reconfortante saber que hay quien entiende las circunstancias en que se vive, los temores que se llevan y las necesidades que se tienen sin necesidad de decir mucho o explicar a detalle. 

Me sigo sorprendiendo de las personas que aparecen en mi camino, de las almas que buscan acompañarme, no creo merecer tanto y, aunque algunas veces realmente tengo intenciones de abrir la puerta a mi vida prefiero no hacerlo por miedo a dañar a los demás.

He recibido un mensaje que no sé cómo responder. Traté de hacer que alguien aprendiera algo y soy yo quien aprendió más. Tengo mucho que pensar...

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octubre 15, 2020 0 comentaron

¿La COVID o el COVID?

 Ahora que empezamos a hacernos a la idea de que el coronavirus ha llegado para quedarse,  es bueno solucionar algunas dudas: 

https://www.rae.es/noticias/crisis-del-covid-19-sobre-la-escritura-de-coronavirus


octubre 01, 2020 0 comentaron

costumbre NO

 Dicen que a todo se acostumbra uno, pero no. En este caso no. 

Tristemente, no soy la primera ni la única que ha padecido la humillación y frustración de que una persona cualquiera venga a una a decirle lo que le parece que una es o no, pero con el paso del tiempo me vuelvo mucho menos tolerante y un poco más valiente.

Con la desconfianza con que vivo desde hace más de veinte años, el ambiente hostil que encuentro y el miedo que siento cada vez que salgo, mensajes en la bandeja de entrada provenientes de desconocidos, haciendo “cumplidos” e invitándome a salir no me parecen precisamente lo que un hombre sensato y respetuoso debería hacer pero claro que no me sorprende porque, si bien, he encontrado hombres valiosos en mi vida (la mayoría, afortunadamente), también he encontrado abusadores encubiertos por sus propias madres. Invitaciones basadas en una foto de perfil cualquiera me han hecho sentir el frío recorriendo mi espina dorsal, tal como el día en que soñé que moría de un disparo.

Este día lo pasé verificando la configuración de privacidad de todos y cada uno de los espacios virtuales que habito, públicos y privados. Cancelé vínculos entre aplicaciones, cambié fotos de perfil y limité aún más los servicios de ubicación. Me detuve casi a las 9 de la noche, cuando la foto de perfil que provocó este asunto, que no era más que mi rostro, cambió por la imagen de un callejón.

Durante el tiempo que estuve frente a la computadora tratando de darme tranquilidad, estuve envuelta en frustración, miedo, impotencia y rabia; tanta, que consideré seriamente desconectarme de la vida virtual por completo y sin avisos pero detuve la idea porque lo realmente relevante, y que me lleva a escribir esta entrada, no es el tiempo que invertí escondiéndome de manera virtual, tal como hago de manera real cuando salgo a la calle por el miedo a ser violentada, una vez más, sino que mi coraje y frustración crecen cuando pienso en lo impotente y desvalida que me siento cada vez que a un cualquiera se le ocurre allanar mi espacio sin miramientos; y mientras yo estoy aquí con miedo, ellos siguen ahí afuera, tranquilos y confiados diciendo lo que les place, cuando no haciéndolo. 

Decido esconder mi apariencia porque no es lo que considero más valioso de mí, y porque, aunque así lo fuera, no me siento segura prácticamente en ningún espacio, físico o virtual, pero decido escribir porque ya no pienso callarme, tengo voz, y aunque mañana no volviera a casa, quedaría el testimonio de que no, no me acostumbro y que con el tiempo, quizás incluso me llene del valor necesario para reclamar y denunciar en tiempo real.


 
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