diciembre 31, 2020 0 comentaron

Jardín

 

Habían sido semanas muy pesadas, con una torcedura en el tobillo y carpetas llenas de números para entregar el lunes a las nueve. Hacía meses que la empresa pasaba por una mala racha y todos estaban cansados ya de la mala situación. Ella misma habría renunciado si hubiera podido, pero le aterraba más tener que buscar empleo que quedarse hasta el final en este barco que ni salía a flote ni acababa de hundirse.

Tan pronto abrió la puerta de la casa, se sacó los zapatos, el saco y los aretes. No quiero ni saber cómo estoy. No le gustaban los espejos y era tan insegura de su cuerpo que evitaba mirarse en ellos o cualquier otro reflejo en la medida de lo posible. Terminó de cambiarse en la recámara sin siquiera encender la luz, apenas guiándose por el tacto, el reflejo del único espejo de la casa y la penumbra arrojada por la casa del vecino al jardín interior del que nunca había entendido su existencia; este comunicaba con la cocina, a la que, por supuesto, se podía acceder desde el comedor, y la recámara recibía iluminación de la ventana principal ¿Como por qué alguien pondría eso ahí? Se desmaquilló los ojos redondos, se soltó el pelo sin cuidado y acomodó las largas cortinas que daban al jardín. Descalza, fue a la cocina para encontrar dos pilas de platos que llevaban ahí al menos un par de semanas, desde el último sábado en que estuvo haciendo quehaceres y arreglando el jardín que, para ese momento, ya estaba siendo consumido por una hierba con flores rojas, bastante persistente y agresiva que impedía ver bugambilias y ericas y les impedía respirar, o eso se hubiera pensado por las marcas marrones en las hojas. Por supuesto, dos semanas después, el olor era desagradable. Parece que alguien se murió aquí. El estrés siempre le provocaba mal humor y supresión de emociones, así que con tanto desgano como cansancio terminó de lavar, cenó un tazón de cereal con leche y se fue a acostar. Emprendió el camino a la recámara tocando todos los apagadores, como en procesión. Al pasar por las cortinas largas del jardín, no pudo evitar moverlas y por la rendija pensó ver unos ojos; curiosa, se asomó nuevamente por la rendija, apenas inclinando la cabeza, y sólo encontró su reflejo. ¡Buenas noches!

Sólo Dios sabe qué soñaba cuando un resplandor naranja comenzó a colarse entre sus párpados. Aún adormilada intentó abrir los ojos, pero el cansancio era tanto que no quiso pelear y se dejó llevar por el sueño. Cinco horas después, ella seguía en cama, con toda la intención de desperezarse, pero con tan poca energía que ella misma se extrañaba de su comportamiento. Había sido educada para ser siempre productiva y autosuficiente; así que quedarse en cama después de nueve horas era algo de una vez en la vida. Por un día que no me levante no creo que algo vaya a pasar.

 

Había pasado más de un mes desde que alguien la había visto entrar a la casa y ahora su hermana estaba en camino. El contador le llamó, muchas veces sin respuesta, por supuesto, perdieron la licitación por ausencia y ahora había trámites por hacer.

Su gemela, igual a ella pero con ojos moros, abrió la puerta y encontró la casa tal como había esperado hacerlo: limpia y llena de ausencia. Pasó por la cocina y encontró los trastes limpios, igual que la estufa, el refrigerador y la encimera; el sanitario vacío y los azulejos negros, brillantes; en la recámara, la cama hecha y el closet cerrado no dejaban ver nada anormal. Al pasar por las cortinas largas, logró moverlas y le pareció ver unos ojos. Curiosa, se asomó nuevamente por la rendija, apenas inclinando la cabeza, y encontró lo que parecía su reflejo. Abrió las cortinas y se vio a sí misma con ojos redondos, abiertos y secos, tirada en el suelo con una expresión de horror, un aroma pestilente y una soga verde atada al tobillo que al interior del jardín dejaba ver flores rojas diminutas, llenas de vida.

diciembre 07, 2020 0 comentaron

bucle

Hubo un tiempo en el que no le tenía miedo  nada, luego le tuve miedo a todo y luego debí elegir a qué  sí temerle y a qué no.
Siempre supe que la vida me pediría elegir entre las cosas que quiero vivir, tener y sentir. Me lo advirtió un tutor y traté fuertemente de no dejar que tuviera razón, hasta que la tuvo, y con cada paso en la dirección contraria a la esperada, dejar personas en el camino, aunque difícil, era un daño colateral. Después  de un tiempo, encontré un lugar donde no sólo me sentía bien, sino que crecí, me permití ser, cambié, me perdoné y me valoré.

Ahora, doce años después, me vuelvo a sentir en el mismo punto en el que no sé a qué debo tener miedo. En mi cabeza, nunca he dejado de avanzar, y ahora cada vez que intento hablar de lo que es mi vida lo que responden es: ah sí, rutinario. Esa palabra me asusta, me frustra y me entristece. ¿Cómo podría ser rutinaria mi vida con todas las cosas que he dejado en el camino? Es que para nadie significan nada, sólo para mí. Sólo yo sé cuánto significaban esas personas, esos momentos y esos lugares que no pude o elegí no vivir. Y ahora, alguien que no me conoce, alguien a quien ni siquiera le importa, juzga mi vida de rutinaria pero quizá, justamente por eso, aunque brutal, una mirada nueva ve las cosas sin mi espeso romanticismo por el pasado y entonces, duele y me hace pensar en las cosas que he olvidado que quería o que sólo he dejado pospuestas. De un tiempo acá empecé a pensar que las cosas llegarían en el momento que debieran siempre y cuando no dejara de andar; ahora empiezo a pensar que me ha hecho falta más agresividad para lograr las cosas que alguna vez deseé pero el miedo me paraliza, si yo decidiera abrir las alas hoy, volvería a dejar a las personas más importantes de mi vida, las que elegí una vez por encima de todo y de todos, las que siempre tienen sus brazos para mí y que no podría volver a tener jamás. Y una vez más, paso noches de sueño interrumpido por la duda existencial de no saber qué tanto valdrían mis sueños en realidad si no pudiera mirarme en los ojos de alguien que ve en mí mucho más de lo que yo logro ver.
 
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