febrero 28, 2011

claroscuro

Es el instinto de supervivencia por lo que escribo. Un buen maestro dijo que leer un poema es andar por un túnel en que mezclas tus ideas y sentimientos con los del autor para al final, encontrarte con una versión mejorada de ti mismo. A cada letra, párrafo o verso, intento renovarme, no sólo para ejercitar la mente y el corazón en este oficio que me he apropiado desde hace muchos años, sino para hacer crecer el alma y las ideas. Es difícil explicar las razones de mi extraño proceder, de mi necio insistir;lo que no es tan complicado, es culpar a esa realidad paralela que me invento, a la que escapo para mirar la vida desde una perspectiva extraña que me ofrece una cuarta dimensión donde todo puede pasar, desde cambiarle a alguien las ideas hasta apropiarme del que huye de mi conciencia. Convivo con gente del pasado y fantasmas del futuro, rehago mi vida día tras día, algunas veces en el anonimato, otras, echo las figurillas de papel por la ventana para que tomen vida propia y anden hasta encontrar su propio destino, seguramente inesperado.


Pasan días en que la vida me parece extraordinaria, tal como la tomo, otras en que pienso que nunca es tarde para cambiar de rumbo pero lo cierto es que de ambas vidas, real y ficticia, sólo una puede reinventarse y otra transitarse sin mirar atrás. En estos días oscuros y trágicamente indefinidos veo en el lápiz y el papel, las notas y el viento necesarios para unirme al exterior en un equilibrio casi pleno de lo que es y lo que espero que vuelva, o se crée. Amo mi vida y lo que hay en ella pero espero tiempos mejores, no diferentes, mejores, como empezaban a vislumbrarse un día en que temerosamente huí, porque tanta felicidad asusta, porque de antemano sé que no siempre, todo será perfecto, que en esta vida o la otra [ficticia] habrá que buscar un túnel para atravesar y volver a empezar los días con esperanzas nuevas que alimenten el corazón.


Extrañaba el pasado, pero no esta parte de él; extraño los buenos días (todos en realidad) aunque quizá, la misma tristeza lúgubre de los demás, es la mía reflejada en nuestra empatía, en nuestra necesidad de encontrarnos con las personas más amadas, queridas y deseadas. No siempre puede tenerse todo y siempre habrá barreras qué tirar, unas más grandes que otras, esas que nos invitan a desistir pero también, existirán siempre armas y motivos para seguir andando: el amor que esperamos y brindamos, un amigo permanente y un muy buen poema (o cualquier otro que sirva de puente, túnel o vereda) que nos lleve a esa transición que nos hace mejores seres humanos.

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