marzo 08, 2008

pluviosus nocte

La noche lluviosa era acariciada por un viento generoso que mecía las plantas y el arbolito recién rescatado del invierno. El día había sido ajetreado, llevando y trayendo cosas. Todas las mudanzas eran iguales; cosas perdidas, olvidadas, otras recuperadas, sólo esperaba que este fuera la definitiva, mudarse cada medio año ya era demasiado tomando en cuenta que sus contemporáneos estaban todos asentados en algún rincón remoto del planeta. La verdad era que tras cada pena, cambiaba de residencia como una metáfora de "volver a comenzar" y ésta, por ser más grande, era más lejana.


Habiendo nacido cansada y heredera de una fascinación increíble por el sueño profundo pocas veces despertaba a media noche, normalmente moría, como se dice comúnmente, cada vez que su cabeza tocaba la almohada. Pero esta noche era de esas inolvidables, la lluvia tan fuerte golpeaba la ventana y hacía un rato que entre sueños escuchaba un chisporroteo en algún rincón del cuarto, así adormilada era difícil determinar de dónde provenían los sonidos, sin embargo, era obvio que las gotas, porque debían ser gotas las que originaban ese golpe discreto y húmedo, debían haberse colado por la orilla de la ventana, descendido rodando una a una hasta el borde del muro y caído en una perfecta línea vertical creando un diseño esplendorosamente escarlata en la alfombra.


El viento soplaba con la fuerza de quien irrumpe con furia en una habitación para sorprenderse con lo que hallará, cimbraba los cristales del ventanal y con ellos, las cortinas levantaban sus faldas por la rendija que solía dejar para ventilar la recámara durante el sueño. El viento se colaba dejando entrar un aire gélido que hería la piel. Con los ojos cerrados buscaba el extremo de la manta que coronaba el conjunto de ropa con que vestía el colchón por ser friolenta. Se incorporó un poco y alcanzó la esquina izquierda, trató de extender la tela para que cubriera el cuerpo diminuto que poseía. Justo sobre las caderas, encontró una humedad que no recordaba de horas antes, entreabrió los ojos pero entre la oscuridad distinguía sólo la luz amarillenta del faro. Con los dedos fríos recorrió la extensión de la mancha, bajaba de las caderas al estómago, pensó levantarse y mover la cama hacia cualquier punto sin goteras pero al mover las piernas sintió más humedad entre ellas. Bajó la mano entre las sábanas, recorrió su pecho, el vientre y las piernas, todo estaba húmedo, con un ligero olor ferroso. Entre la penumbra descubrió su cuerpo para entregarlo al frío que la devoró entera entre la ropa completamente mojada que la había estado cubriendo desde quién sabe qué hora. Molesta más que asustada bajó los pies hasta el borde de la cama donde se escuchaba con más fuerza la caída del líquido, con sus plantas buscó las pantuflas igualmente húmedas por dentro. Se incorporó de la cama buscando ropa limpia y una vela, que al encender, descubrió una mancha que distaba mucho de ser pequeña; la orilla izquierda de la cama, húmeda hasta los bordes; la ropa mojada por el frente y el suelo decorado con un tono púrpura de tan rojo que era el líquido derramado. Se inclinó para presionar con los dedos la mancha sobre la alfombra, inmediatamente aparecieron burbujas que revelaban el exceso de humedad en los tejidos, se llevó los dedos a la boca y descubrió un sabor desconocido, mezcla de aquél encontrado cuando se cortó los dedos intentando cocinar y ese otro que tiene el agua cuando se remojan en ella los peces. Levantó la bata que cubría su cuerpo y encontró cientos de agujeros, brotaban de ellos, por gotas diminutas, sangre y agua salada. La pena era tan grande, tan incontenible que dormir llorando no era suficiente, se habían reventado los depósitos del dolor y la tristeza, era ella quien tenía goteras en el cuerpo; la más grande, poco más arriba del ventrículo izquierdo, muy cerca de la yugular.

0 comentaron:

 
;