septiembre 08, 2008

el español de américa

América Latina, tierra colonizada en la mayor parte de su territorio por España, heredó su lengua, el castellano entonces, misma que se ha diversificado a través del tiempo al mezclarse con las lenguas nativas de cada región de los países de habla española.

Actualmente, el español es la segunda lengua más hablada en el mundo, lo que lleva a pensar que, aún ahora sigue variando regionalmente y por tanto, enriqueciéndose.

José Moreno de Alba, en “Actitudes ante la lengua española” de La lengua española en México, vierte sus opiniones respecto de algunos temas que rodean al español en México y Latinoamérica, como son la normatividad, el prestigio lingüístico, las lenguas oficiales, etc.

Este autor comienza su artículo con la pregunta “¿Tenemos los mexicanos una lengua oficial?” Tomando en cuenta las diferencias propias entre oficial y nacional, Moreno de Alba lanza al aire la idea de incluir en la constitución un apartado en que se reconozca a las lenguas nativas de México como lenguas nacionales sin quitar su carácter oficial al español, esto es, que sea ésta última la lengua que se utilice para realizar todo tipo de trámites ante las instituciones gubernamentales, sin que esto implique necesariamente que la mayoría de la población la utilice. Esta inclusión de las lenguas aborígenes proporcionaría a los pueblos que las utilizan, un sentimiento de identidad con el resto del país ya que serían reconocidos como parte importante del mismo, postura muy ad hoc con las políticas modernas de diversidad y tolerancia; además, se haría justicia a los mismos bajo la certeza de que toda lengua, sin importar cual sea, proporciona identidad y facilita la comunicación entre las personas.

En el caso específico de México, encontramos diversas lenguas que conviven con el español, como el náhuatl, el otomí, etc. Como se ha mencionado antes, éstas cumplen con la función comunicativa de toda lengua para una determinada población, entonces, ¿por qué no se proporciona políticamente la misma validez a dichos dialectos y al español? Bien, todo es debido al prestigio lingüístico. La Real Academia Española define prestigio como “Realce, estimación, renombre, buen crédito.” Lingüísticamente, cuando se habla de prestigio se hace referencia a ese “renombre” de una determinada lengua sobre otras, por ejemplo, en la mayoría de los casos, cuando se dice “hablo inglés” las demás personas entienden que ha estudiado dicha lengua y por tanto es una persona con grandes probabilidades de integrarse a un mercado laboral amplio, es importante, socialmente, que una persona hable dicha lengua; sin embargo, cuando se dice “hablo otomí”, lo más seguro es que se pregunte por qué o para qué. El ejemplo anterior tiene que ver con cuestiones sociales, económicas, extralingüísticas al fin. De lo anterior podemos deducir que el prestigio lingüístico es otorgado a una lengua por su utilidad, facilidad de aprendizaje, o por factores sociales como la economía o la política; sin que esto signifique de ninguna manera que su estructura sea más “correcta”. Este tipo de causas no atiende a la lexicología o la morfosintáxis, sino más bien al modo en que determinadas lenguas son percibidas tanto por los propios hablantes nativos como por todos aquéllos que, quizá sin entenderla, son capaces de emitir una opinión acerca de su acento o su gramática. El prestigio es azaroso pues así como ha sido elegida una determinada lengua para establecer la nomenclatura de los comandos básicos de informática, podría haberse escogido cualquier otra si hubiera ocupado el mismo lugar que la actualmente elegida; además de eso, es engañoso, pues lleva a los hablantes a pensar que de algún modo, hay lenguas superiores, o más válidas, mejores que otras, sin atender al hecho de que cada una de las lenguas existentes cumple cabalmente su función comunicativa para el grupo al que sirve e identifica.

El ser humano es social por naturaleza, por lo tanto se integra en grupos; cada grupo busca la manera de identificarse y distinguirse de los demás. Sin embargo, hay características que los grupos no eligen conscientemente, sino por competencia, como la lengua. Cada grupo social, de acuerdo con sus características propias hace uso de la lengua de una manera determinada, de ahí que ésta sea un elemento de identidad, tanto como una bandera o un himno. Sucede que, la lengua, por ser una capacidad propia del ser humano que se desarrolla de manera “automática” a lo largo de la vida, carece de la importancia debida por parte de los hablantes, hasta que se le compara con otra distinta, de otro grupo. Con base en este método básico de estudio lingüístico, es que los hablantes reconocen las características de la suya propia. Lo anterior deriva en sentimientos de identidad que, de una u otra manera llevan a otro tema: la defensa de la lengua que nos identifica.

Comúnmente, por defensa se entiende luchar contra los factores externos que amenazan la integridad o estabilidad, en este caso, de la lengua. Como factores externos podríamos considerar principalmente a los anglicismos, elementos que a últimas fechas han producido variaciones en el habla de todo el mundo, por ser ésta la lengua empleada para los negocios (debido a factores extralingüísticos, como ya se ha mencionado). Personalmente, considero que debe defenderse la lengua, no de los agentes externos con que se halla en contacto, sino más bien protegerla de un desorden evolutivo; esto es, considero que más que defender a la lengua, en este caso el español, la actitud frente a ella debería ser de reconocimiento de su estructura, su diversidad; conocerla permitiría entender su funcionamiento básico y por lo tanto, los cambios que en ella se generan, lo que a su vez facilitaría el control de las irregularidades que presenta. Lo anterior ayudaría a los hablantes a reconocerla tal cual es y valorarla al compararla con otras igualmente válidas, lo que a su vez enriquecería al hablante multilingüe o monolingüe; sin que esto signifique que deban descalificarse los procesos que la misma sufre a través de su evolución.


Como se sabe, el español es una lengua romance que, primero en España y después en Latinamérica, ha sufrido cambios importantes en su fonología y grafía a lo largo de la historia, y aún en estudios sincrónicos, cada estadío tiene diferencias diatópicas, diastráticas y diafásicas, principalmente. Dichas variantes son ramificaciones de un tronco principal armado con la estructura, el vocabulario y la sintaxis regulados de la lengua básica, considerada como prototipo con la que se comparan el resto de los dialectos que de ella se derivan. Las variaciones ya mencionadas, son notables cuando se comparan unas con otras, por ejemplo, cuando se compara el habla de un político con un estudiante de bachillerato; de un argentino con un mexicano, o un cubano con un español; incluso, el habla entre hombres y mujeres es distinta. El objetivo de la norma es verificar los usos que se hacen de la lengua y validarlos con referencia a la cantidad de hablantes envueltos en dichos fenómenos. Dicha normatividad tiene una función, muchas veces descalificada pero por demás necesaria para lograr la convivencia sana entre todas las variaciones del español. La evolución lingüística sucede a cada momento de manera expansiva, comienza quizá como una irregularidad y a medida que una mayor cantidad de hablantes la utiliza llega a convertirse en un elemento aceptado por la norma, de modo que automáticamente se convierte en elemento “regular”. La aceptación de una determinada forma es, al igual que el prestigio, azaroso y algunas veces, fundamentado en cuestiones extralingüísticas. Lo anterior lleva a un principio de relatividad respecto de los conceptos de “correcto” e “incorrecto” en la lengua y es justo en ese momento en que las Academias de Lengua hacen acto de presencia.

El español es por sí misma una lengua con estructuras definidas y hasta cierto punto, rígidas gracias a la creación de Academias que crean la normatividad que consideran pertinente para la regulación de la evolución de la lengua sin llegar a entorpecer su desarrollo natural. Las Academias de la Lengua Española se han encargado de discernir entre lo meramente azaroso y lo natural en la lengua. Esta distinción ha permitido al español evolucionar, desarrollarse según las propias condiciones de su tiempo sin llegar a ser un proceso desordenado. Si bien es cierto que las normatividades rigidizan los procesos y limitan las opciones, es también digna de consideración su función incluyente, gracias a la cual, a últimas fechas, los principales dialectos españoles y de América Latina han colaborado con vocablos regionales en el diccionario más importante de dicha lengua. La intención de incluir todas aquéllas variantes en una sola normatividad permite a todos los hablantes el conocimiento de las diferencias existentes entre su lengua y otras similares y la toma de consciencia de la flexibilidad y universalidad de la misma.

La lengua es un ente en movimiento constante, evoluciona a cada momento. Es cierto que el español es una de las lenguas con mayor prestigio en el mundo moderno, sin embargo, de poco sirve que exista una gran cantidad de hablantes de esta lengua si poco se le conoce en sus realidad. Considero que un proceso de reconocimiento de las estructuras más básicas del español llevaría a los hablantes a incrementar sus sentimientos de identidad con ella y a entender los procesos por los que ésta atraviesa, de modo que no se juzgarán sino que al comprenderlos, la lengua se enriquecerá aún más, garantizando así, su existencia perpetua.

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