enero 03, 2008

de postal

Martes, 02 de enero de 2008

Gracias al frente frío #18, la noche pasada en la ciudad de Pachuca corría un viento glacial en dirección Noroeste, heló durante la madrugada y al amanecer, el frío obligó a los habitantes a abrigarse con la ropa más gruesa que encontró en el ropero. Al mediodía, a pesar del sol que se asomó puntualmente, el viento aún era veloz. Las calles estaban vacías de transeúntes, la gente se desplazaba en automóvil o transporte público, cualquier cosa que pudiera aminorar la sensación de congelamiento era bienvenida.


Por la tarde se anunció en las noticias que en el municipio colindante de Mineral del Monte estaba cayendo la primera nevada del año. Más tardó el aviso en llegar a los oídos citadinos que la carretera en verse saturada de automovilistas que intentaban subir en medio del espectáculo primitivo que ofrecía la blanca cubierta de concreto sobre la montaña flanqueada por la neblina que escondía las chozas encalladas en el bosque, mientras en los carriles de circulación contraria bajaban los autos cubiertos con hierba congelada.


A la entrada del pueblo, el embotellamiento era semejante al rutinario en la sección conocida como indios verdes en el distrito federal, excepto porque el ambiente gélido de afuera y las imágenes de postal hacían olvidar el estacionamiento enorme que cubría la vía de acceso y salida al lugar. No muy lejos de ahí, los automovilistas se estacionaron frente a un predio que guarda una parte pequeña de bosque que los visitantes abarrotaron y flashearon a diestra y siniestra. Ya fuera subiendo por la pendiente enlodada, andando entre el pedregal o mirando los árboles, la gente hacía suya semejante estampa que muchas veces se mira en escenas hollywoodenses y otras pocas se tiene oportunidad de vivir.


Familias enteras caminaron entre el hielo que cubría la hierba mientras aguanieve rozaba gentilmente la piel. Más de uno se enteró entonces que los zapatos que de manera generosa cubrían sus pies no eran tan capaces de mantenerlos en pie frente a tanta humedad y recordaron que en medio del frío, los golpes duelen más. Después de un rato de posar frente a las cámaras, el clima empezó a causar estragos en los modelos, cuyas extremidades contraían sus vasos sanguíneos para conservar vivos el cerebro y corazón provocando dolor y entumecimiento de manos o pies que éstos intentaban calentar poniéndolos en movimiento.


Durante horas el lugar recibió y despidió paseantes. Aun cuando comenzaba a oscurecer, mientras la niebla cambiaba de blanco a rosa y después a gris, las fotografías capturaban los árboles deformados por el viento helado del norte que crujían con cada movimiento que el aire provocaba al colarse entre sus ramas recubiertas con capas de un centímetro en el mejor de los casos. Árboles, hierba, flores, cercas y hasta cables de energía eléctrica, nada escapó al poder del viento y hielo que en una noche transformaron el pintoresco pueblo en uno gris, apagado, sin luz ni agua porque las tuberías y conductos quedaron congelados no dejando más remedio a los oriundos que resguardarse en sus negocios y viviendas hasta nuevo aviso. Los restaurantes exhibían un letrero "sin servicio", las puertas estaban cerradas muy temprano por la tarde y sólo algunos cafés y pasterías permanecían abiertos ante el asalto que los visitantes, en busca de refugio, realizaron al centro de la población.


Es cierto que el espectáculo invernal atestiguado es una experiencia magnífica para los niños e incluso sorprendente para los adultos que en menos de diez minutos de viaje en carretera regresan a sus hogares calientes, o menos fríos, pero ese mismo evento provoca un aumento en las enfermedades respiratorias de los habitantes del pueblo minero atestado ya de viejos pacientes de enfermedades pulmonares gracias a la aspiración de metales que han debido padecer. La cantidad de ingresos que genera el turismo en una noche de nevada no podrá compararse con el gasto que realizan las familias en medicinas para contrarrestar los efectos climatológicos en niños y adultos mayores, además, la carencia de servicios públicos trae consigo el hecho de evitar bañarse, lavar, utilizar artefactos de calefacción o ayuda en la respiración, cocinar o alumbrarse.


Por la noche, el pueblo quedará nuevamente vacío de turistas asustadizos que son vulnerables a tanto frío pero, ¿y los demás?... Los demás deben esperar, encerrados en sus habitaciones, a que el tiempo mejore, se reactiven los servicios y vuelva a vivir el pueblo fresco pero igualmente acogedor que visitan siempre, de entrada por salida, los chilangos, pachuqueños y uno que otro despistado.

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