agosto 22, 2007

crónica de una noche de insomnio

Me quito las sucias botas de trabajo llenas de polvo y yeso; me deshago de la chaqueta que me ha acompañado todo el día y la demás ropa que ya hace falta jubilar. Giro la llave izquierda de la regadera y dejo que las gotas de agua tibia primero, y luego calientes al extremo toquen la piel ya curtida por el sol y el polvo.

Ya con la pijama puesta y con los párpados cerrándose constantemente tomo la segunda decisión más fácil del día: dormir, así que paso de largo por el comedor, aunque la propuesta de una cena ligera es tentadora, lo es mucho más el simple hecho de imaginarme recostada en la cama ya durmiendo antes de colocar la cabeza en la almohada.


Doy la última mirada del día a mi cabello húmedo y llego de un paso a la cama de madera que tantas quincenas representa. Destiendo una a una las telas que forman parte de mi cobijo, me meto entre ellas y cierro los ojos que ya por reflejo deciden no volver a abrirse.


Se oye un silbato agudo a lo lejos, el velador en su ronda de la una recorre las calles misteriosas que esconden ecos por todos sus rincones. Los perros ladran al escuchar el sonido irritante del silbato y lejos de ser la noche tranquila que aparentaba, se convierte en un escándalo espantoso aparentemente imposible de arreglar. El silbato se aleja y las mascotas calman sus nervios devolviendo el silencio a la noche. Un hilo de luz se cuela por una rendija intermedia de las cortinas escarlata y abro los ojos por instinto. El faro de la esquina con su luz naranja ilumina las calles solitarias.


Giro el cuerpo a la izquierda para dar la espalda a esa luz indeseable… no funciona, sigue lastimándome su reflejo en la pared blanca de la recámara. Giro a la derecha: peor decisión que la anterior, la luz llega de lleno a mis párpados que, aunque están cerrados casi puedo ver la luz exterior. Alguna vez leí que a la situación actual siempre sigue algo y siempre es peor (paradójica clase de optimismo) y aunque es increíble, es cierto, lo compruebo ahora que intento dormir boca arriba, en esta posición no descanso, así que intento la posición inversa, boca abajo, y es peor porque ahora ya la respiración se complica y los tendones de mis pies se tensan al filo del dolor. Enciendo la luz y reviso el reloj: las dos de la mañana. Podría ser peor— pienso y vuelvo a interrumpir el circuito de energía eléctrica que ilumina el dormitorio.


Coloco la cabeza una vez más en la almohada que ya pronto tendré que cambiar por una nueva; pero si la primera vez me era imposible mantener los ojos abiertos, ahora la situación es mucho más desesperante: es técnicamente imposible mantenerlos cerrados. Miro al techo que a ratos ilumina el faro que tiene un falso contacto, y así pasan no sé cuántos minutos hasta que una serie de pensamientos sobre personas ya distantes asaltan mi mente, creo que ya ni siquiera me recuerdan pero me desespera la idea de que justo en este momento duerman plácidamente, tal como el resto de la mitad del planeta al que pertenezco físicamente.


Y así, mientras la mente brinca entre uno y otro pensamiento puros y perversos, tristes y graciosos alternadamente Morfeo se pasea muy ufano alrededor de la cama provocando reacciones de desesperación y frustración. Me sonríe ese traidor sabiendo que por más que lo intente no puedo acercarme ni un milímetro a su ser.


Las cuatro de la madrugada y una idea brillante asalta mi mente, recurro al método más arcaico y ridículo pero que dicen que funciona: 1, 2, 3, 4, … De acuerdo, fue una tontería, lo acepto, y para mis adentros me río de mi ingenuidad, es increíble que haya caído en este truco barato pero es que en las condiciones más desesperantes el ser humano es capaz de hacer lo impensable y así llegan las cinco de la mañana.


Esta vez lo he pensado bien y creo que hay dos opciones racionalmente adecuadas: leer o … seguir esperando. La decisión no es fácil y es un arma de doble filo intentarlo ya que, en el primer caso escoger un texto no adecuado puede provocar que lejos de que concilie el sueño, me apasione en la lectura y termine por rayar en la locura y en el segundo, es una actividad lo suficientemente pasiva como para entrar en mis límites de paciencia. Está decidido, intentaré El Quijote en su edición crítica. Llego a diez capítulos y medio después de la lectura del mes pasado y parece que funciona, siento la vista cansada y los ojos llorosos. Apago la luz y aprieto los párpados con fuerza. Esto tiene que ser una broma— apenas me encuentro en la oscuridad, los ojos se relajan lo suficiente como para abrirse en contra de mi voluntad.


Bien, cayendo en la cuenta de que cualquier intento por atrapar a la tan deseable deidad del sueño es imposible me resigno a pasar la noche en vela y mientras las manecillas del reloj siguen su curso de siempre recuerdo anécdotas graciosas, propias y ajenas como aquélla en que una persona cualquiera pegó un chicle verde en su zapato para repararlo, anécdota mil veces contada y recordada entre los amigos. De este modo, no duermo pero evito estresarme por ello y más bien logro el propósito de disfrutar la primera noche sin dormir en mi vida entera.


El tiempo se encoje cuando uno disfruta lo que vive y así, pareciera que el reloj aceleró su paso porque las horas pasaron ágilmente por fuera de la casa, la alarma me anuncia las siete de la mañana, justo la hora de levantarse para trabajar. Y sólo por recrear la parodia de los días comunes tardo en desperezarme antes de levantarme de la cama. Meto mis pies en las pantuflas con uñas de peluche pintadas de rojo, doy tres pasos hacia el espejo de cuerpo entero y me miro: un ser diferente, pero familiar a la vez, aparece en la superficie del espejo, viste una pijama verde con elefantes en relieve, los rizos enmarañados al más puro estilo de Jorge Falcón me permite adivinar que soy yo, igual que siempre, con la cara de somnolienta, pero esta vez con las ojeras más grandes y púrpura que de costumbre.

0 comentaron:

 
;