agosto 16, 2007

noche en espiral

Sentado en la orilla del vagón, con los párpados cayéndose pesados sobre los globos oculares y una carga de papeles y deudas a cuestas, recarga la nuca sobre la pared con propaganda amarilla. Las voces de los otros exiliados de las noches populares de la ciudad se confunden con sus latidos cada vez más cadenciosos pero alterados por la tremenda carrera. Lentamente se oye el chillido de las ruedas viejas al avanzar del carro, mientras las voces, las otras, las internas, le dicen que no se vaya a pasar de estación. Con el pendiente de llegar a casa mira el reloj, las diez y veinte, con un poco de suerte llegará a tiempo para hablar con Mariana, hace tiempo que las cosas no están bien, que los problemas aumentan y su paciencia no da para más. Su cuerpo se mueve lentamente al ritmo que marca la fricción con las vías. La cabeza hace negativas en todo momento. Baja la mirada, sus zapatos viejos están rompiéndose ya en el empeine. Paga hasta 40% menos de interés en… Gran Barata de Calzado y Ropa en el Palacio de los Deportes… Un estudiante abre un pesado libro de Cito… cito… ¡ah! Citología. La bata blanca lo delata, médico también. La cabeza esta vez da un giro completo de 90 a causa del enfrenón, sin querer se detiene a admirar las piernas de la mujer en el asiento reservado. Con Clarant B3, aclara tu piel en… Te levanta porque te levanta. El singular sonido de aviso inunda unos segundos el andén casi desierto. 17:30 marca el reloj digital, descompuesto. Hace años que marca siempre la misma hora. Un movimiento involuntario de cabeza esta vez le hace mirar la pared a su lado. Cursos de Verano. El Sindicato Nacional de Trabajadores… El portafolios cae por la inercia del carro. ¡Chin! Ya valió la lap…, otra vez. Con la mano derecha llena de pecas se sostiene del barrote para impulsarse hacia enfrente, la cabeza se despega con trabajos de la pared y su cuerpo se inclina hacia adelante mientras su mano izquierda se encuentra con la piel de unos zapatos negros, puntiagudos, de mujer. Levanta la mirada. La mujer del asiento reservado se ha parado frente a él con su mirada franca, su pecho prominente y la piel blanca. Vestida toda de negro parece trabajar en oficina, "¿Me invitas a un bar?" pronuncia con la voz sensual de la conductora de noticias de la mañana. Con la mirada perdida en el recorrido de aquel cuerpo traga saliva en un intento por desatar el nudo que han formado las cuerdas vocales en la garganta. No atina a decir palabra. "¿Me invitas a un bar?" repite la mujer. La vuelta en L que ha realizado el carro advierte que el andén está cerca y el tiempo se agota. Las manos sudan. El portafolios en el suelo. La mujer enfrente. El vagón se detiene. Las puertas se abren al instante en que el sonido de aviso le golpea el oído interno. El viento del exterior se cuela en el vagón junto con el silencio. Sentado en la orilla del vagón, con los párpados cayéndose pesados sobre los globos oculares y una carga de papeles y deudas a cuestas, recarga la nuca sobre la pared con propaganda amarilla. Las voces de los otros exiliados de las noches populares de la ciudad se confunden con sus latidos cada vez más cadenciosos pero alterados por la tremenda carrera. Lentamente se oye el chillido de las ruedas viejas al avanzar del carro, mientras las voces, las otras, las internas, le dicen que no se vaya a pasar de estación. Con el pendiente de llegar a casa mira el reloj, las diez y veinte, con un poco de suerte llegará a tiempo para hablar con Mariana...

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