agosto 15, 2007

seis meses

Las gotas de agua resbalan por mi cuerpo rozándolo solamente, son caricias que me gusta sentir, que me limpian, que reconfortan. El agua está tibia, llega hasta mis pies; respiro entre la corriente.

Recostada bajo el laurel imaginaba un campo lleno de flores rojas con olor a chocolate llegando hasta mí por el viento que juega siempre frente a mi ventana, ese que, tratando de encontrarme desordena todo cuanto toca y que tengo que expulsar por no entrar en un ataque de risa que haga estallar a mi madre en un arranque de pánico…

Hace meses que vivimos solas, mi viejo se fue; mi madre está triste desde entonces, justo cuando empezaba a verle sonreír; siempre fueron buenos y graciosos ¿podría yo ser seria?

Aquéllas eran épocas mejores, reíamos todo el tiempo; entonces no estaba prohibida la risa, salíamos al parque, jugábamos futbol, escalábamos montañas…no, la verdad no, eran riscos… ¿para qué mentir? Lo cierto es que se vivía bien, en casa soplaban vientos buenos y nuevos todos los días; era todo un placer estar aquí, viva pero después todo cambió; la noticia llegó como un huracán en temporada vacacional, arrasando con todo, destruyéndolo, tomándonos por sorpresa semejante acontecimiento; nunca creí que lo que parecía ser una bendición provocara semejante tragedia. Papá se fue maldiciendo, negando todo cuanto había sembrado, culpando al inocente; era medianoche y no llegaba, para entonces estaba ya lejos; fue entonces que mamá, desesperada me obligó a largarme de ahí para no manchar nada, para evitar que nos vieran, para salvar lo que ya era insalvable.

Salí corriendo, huyendo casi, sin nada, sólo él y yo juntos en una travesía que no sabía a dónde me llevaría, fue entonces cuando pensé en mis amigos… nadie contestó, ninguno podía permitir semejante crimen, que una mancha tan grande contaminara su casa, no supe qué hacer. Su presencia me fortalecía, no sé porqué, pero no sentía culpa alguna; en realidad me sentía feliz, excepto, claro, porque ahora estaba sola bajo la lluvia, sí, la lluvia, la que tibia bajaba hasta mis pies, mojándome toda, mojándonos a ambos.

Encontré por fin, después de… —no sé cuánto tiempo fue, sólo sé que me dolían los pies y el viento, cada vez más frío, pegaba las ropas mojadas a mi piel— mucho tiempo, un hotelucho donde debía pagar $150.00 la noche; era caro, lo sé, pero era lo mejor que podía conseguir. Por la mañana, mamá me encontró ahí, durmiendo; acarició mi cabeza, me besó y me hizo levantar para volver a casa.

—Me excedí, es cierto—dijo,— pero no has debido hacerlo, ahora tu padre está muy lejos y no queda nada qué hacer. Lloramos juntas largo rato hasta que sus ojos y los míos parecían aquéllos de cotorritas recién nacidas. Al mediodía regresamos caminando, es el precio de ser pobre, no poder pagar siquiera el recorrido de un sucio y viejo microbús de tercera

—Todo está en nuestra contra…—pensé—no estoy arrepentida…

Todo el camino me repetía:

—Lo hice porque así debía ser, porque era ahora; no antes, no después, ahora…, aunque es cierto…, debí haber esperado pero era imposible, ya no podía con esto que traía dentro.

—¿Quieres comer?

—Si tú vas a comer…, bueno—dije con desgano, para variar—no, mejor voy a bañarme primero, no he tocado el agua desde antier en la noche…mientras come tú

Ahora el agua está caliente, he debido girar la llave de la derecha, mi piel está roja, me preocupo… con mis manos voy dibujando mi cuerpo, siento sus formas y ahora… mi vientre, tiene ya seis meses.

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