agosto 16, 2007

el gordo

Las voces a su alrededor se callaron de súbito. Los chiflidos y disparates que antes le aturdían habían desaparecido. Los rayos del sol caían a plomo sobre la arena de la feria. La brisa llegaba cada vez con menos intensidad. El sudor le nublaba la vista. Había cortado su cabello hacía dos días pero podía sentir una comezón desesperante en la frente, acentuada por la irritación que le producía la tela. Las nutridas gotas de agua salada le resbalaban por la nariz hasta colarse entre los dientes amarillentos. Arqueó el cuello levantando la nuca del suelo y ahí la miró, manoteando con sus miembros regordetes; sólo su voz áspera intentaba escuchar en medio de aquel vacío. Sus ojos, irritados ya por el calor y la furia contenida durante años, parecían salirse de sus cuencas cada vez que ahogaba un gemido en la garganta seca. Durante unos instantes no hizo más que recordar mientras La Catarina le gritaba que no fuera maricón, que se levantara y peleara como si fuera hombre.


En la colonia lo conocían por "El Gordo". Era temido por los niños más chicos y siempre tenía reportes en la dirección esperándolo a la hora de la salida. En la secundaria, se negaron a entregarle carta de buena conducta por haber golpeado a un niño de primero que no quiso “ayudarle” en la coperacha del recreo. Su madre, harta ya de tantos problemas terminó por correrlo de casa mientras su padre le daba vuelo a la hilacha con la secretaria del jefe. El Gordo siempre había tenido complejo de inferioridad pues en la escuela nunca había sido de los llamados alumnos ejemplo, pero en cambio, sabía que sus puños eran fuertes, capaces de provocar una cirugía reconstructiva a cualquiera. Después de haber sido expulsado por su indisciplina crónicodegenerativa, decidió intentar con las peleas de la colonia. Ahí la conoció, Jovita, ruda como él, entonces ya era conocida y reconocida como La Catarina por sus cabellos rojos y las pecas en la cara. Su padre organizaba las peleas, naturalmente, ella resultaba siempre vencedora. Desde entonces se peleaban como animales, amándose, destruyéndose a la vez. Siempre gozando de ser los mejores en los trancazos y los únicos en sus propias soledades.


Esta sería su última pelea, lo sabía, lo supo desde el principio, cuando después de haber recibido una soberana golpiza por parte de "El Hijo de la Muerte" ya decaído, regresó a casa con cinco billetes de los grandes y su madre no estuvo, pues su padre la había herido una noche de parranda no consagrada. Entonces, Jovita zurcía sus trajes desteñidos, remendaba cada vez partes más grandes de la tela y de sus vidas. Años juntos les habían demostrado que estaban unidos por algo más. Mañana El Gordo le propondría matrimonio a La Catarina, pero sería ya otro mañana, pues en su último vistazo arqueado el sudor blanco le impidió verla de una vez y para siempre.

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