septiembre 29, 2007

dios sí existe

A más de un mes del paso de "Dean" por la ciudad y a propósito de la lluvia que estuvo cayendo desde la noche del 27 hasta la del día siguiente:


Sábado, 15 de junio de 2007


Salía de casa cuando aún el clima estaba abochornado y aunque había amenaza plena de tormenta, la situación parecía darme tiempo suficiente para llegar a la única plaza concurrida de los últimos años de la ciudad. Con toda la calma y paciencia caminé hasta la parada de microbús más cercana. Retrasado, como siempre, hizo acto de presencia el armatoste añejo aunque medianamente funcional. Haciendo gala de mis aptitudes de equilibrista abordé el transporte, pagué la cuota y esperé a que el conductor devolviera el cambio, todo al mismo tiempo en que el sujeto daba un tremendo arrancón ni aun visto en los homólogos del DF (sin ofender). Ya con el auto en movimiento, me acomodé en la fila de la derecha, algo así como en la cuarta hilera para poder dormir durante el trayecto si es que el cansancio y la desvelada de la noche pasada me obligaban a ello. Apenas hubo transcurrido un tiempo mínimo, las gotas de lluvia, enormes y frías, pues la ventanilla de la hilera de enfrente se rehusaba a cerrar, comenzaron a caer y a cubrir todo de un manto blanco, la visibilidad hacia el frente era en verdad terrible y sin embargo, el conductor, haciendo gala de su pericia logró salir avante del crucero en que se encuentran la carretera estatal y la avenida. Con los problemas habituales que causa la lluvia en la circulación y los transeúntes por ende, la ciudad se volvía un caos donde quiera que se mirara, pues la intensidad de la lluvia aumentaba en grado sumo. Al llegar al lugar en que actualmente se construyen una enorme plaza comercial y un puente vehicular al mismo tiempo, el microbús no logró bajar la pendiente, pues una enorme fila de automóviles y transportes variados saltó a la vista sin previo aviso. Los vehículos de los tres carriles avanzaban muy lentamente y, como es común en esas circunstancias, los claxonazos no se hicieron esperar creando una sinfonía de mentadas de madre que rebotaban en los muros de concreto mal aplanados del puente. Casi al llegar al semáforo, pudimos ver, una hilera de autos aun más grande que la anterior en el carril de alta, pues en los otros dos, había una gran laguna artificial recién creada por el chubasco aun en curso. Durante un tiempo breve, muchos aparatos celulares comenzaron a sonar por todo el transporte, incluido el mío; todo el mundo preguntaba dónde estaban y cómo llevaban la travesía. Los minutos pasaban y la música incidental hacía acto de presencia de manera inesperada desde algún lugar del boulevard. Con muchos trabajos y gracias a la paciencia de los amables conductores adyacentes, el enorme microbús logró pasar y durante unos segundos el conductor dudó entre adentrarse a otra enorme laguna que se vislumbraba en el brazo del boulevard o seguir por la vía principal y dar una enorme vuelta para llegar a la terminal, después de consultarlo con un plebiscito express, la comunidad decidió que no quería nadar entre las aguas pluviales y las corrientes del pésimo sistema de alcantarillado de la ciudad, así que todo resultaría más tranquilo, sobre todo porque el conductor, con gran paciencia, explicó a una pasajera que los frenos no funcionaban bien pues, se habían mojado las balatas al pasar el enorme charco anterior. Pues así, paso a pasito, llegamos a la terminal, donde ya esperaba al transporte una gran afluencia de peatones que ya no sentían, literalmente, lo duro sino lo tupido. En tropel abordaron el autobús y al caos exterior se sumó el interior entre pasajeros que intentaban subir y los que esperaban bajar. Al continuar hacia el segundo boulevard principal de la ciudad, un nuevo caos esperaba, había que rodear el estadio de futbol para poder llegar a la última sección de la vialidad. El tránsito vehicular, lento, más lento aun que las últimas veces invadía en un solo sentido los cuatro carriles en que, en condiciones normales, se transita en ambas direcciones. Con mucha habilidad el conductor logró pasar de los carriles superiores a los inferiores sin mayor problema, aun cuando un sinfín de automóviles particulares pretendían cerrarle el paso para ganarlo ellos. Al avanzar por el carril de baja, en sentido contrario, se vislumbraron múltiples automóviles y taxis varados, pues su sistema eléctrico había sufrido las consecuencias de la excesiva humedad, pues el nivel de agua en el lugar ascendía a los 50 centímetros, por lo menos ese fue el cálculo inexacto al que llegamos el sujeto que viajaba a mi lado y yo. Y así, entre la desesperación que invadía el lugar los primeros minutos, los pasajeros establecieron nuevas relaciones personales con quien tenía al lado y se intercambiaron nombres, opiniones y hasta números de teléfono y direcciones electrónicas. El trayecto que normalmente debería llevar cuarenta y cinco minutos, esta vez tardó dos horas. Al llegar a la plaza y encontrarse, varios minutos después, con las citas preestablecidas, sólo se hablaba del enorme caos en que se encontraba sumida la ciudad a causa de las múltiples "reparaciones" viales simultáneas que se llevan a cabo actualmente, y un sinfín de crónicas personales retumbaron en toda el área. Alguien rogó una vez: "si existe Dios, ¿por qué no llueve en esta ciudad para que todos vean las tonterías que hace Obras Públicas?" Bien, pues hoy se puede dar una respuesta: Huriel, Dios sí existe.



Y es que cada vez que a la H. Secretaría de Obras Públicas Muncipal se le ocurre reparar, mantener o crear vialidades, al cielo le da por llover con una furia particular, de modo que saltan a la vista las múltiples y severas deficiencias de los servicios urbanos municipales, además de la pésima organización que se tiene al ejercer los trabajos, ya que son cerradas las vías principales simultáneamente; todas estas cuestiones se ponen de manifiesto con sucesos como los del citado 15 de junio, Dean o simplemente, las lluvias de estos días pasados, aunque en realidad, la población siempre las tiene presentes.

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